Primer sábado en mucho tiempo que estoy aquí. Sí, simplemente estoy. Porque andar contando minutos para volver al trabajo no es estar. Hoy se siente esa calma que llevo anhelando mucho tiempo. El café esta mañana ha llegado algo más tarde. Ya luce el azul del cielo. Las semanas pasan fugaces en este frenesí en el que intento mantenerme en pie, como agarrada a la vela de un velero en mitad de la tormenta. En parte disfruto del agua golpeándome en la cara, empapándome la ropa, pero mantengo la atención y me agarro bien fuerte, lo que no quiero es caer. No es fácil. Quizás nada lo es.
Empiezo a pensar que no hay días o temporadas buenas y malas, simplemente momentos que nos ofrecen una mayor oportunidad de aprendizaje. Plantear esta perspectiva es un reto pues probablemente todos hayamos crecido en la idea de que o se está bien o se está mal, o se está alegre o se está triste, las cosas son así o son del otro modo contrario, fin. Esta dualidad solo nubla.
Ya llevo algo más de un mes meditando con constancia, asistiendo religiosamente cada mañana a una hora muy temprana al encuentro conmigo misma en mi esterilla. Reconozco que una parte de mí cuando suena el despertador se pregunta “¿estás segura?”. Hay algo más poderoso que no da pie ni tan siquiera a que comience a elaborar la respuesta, acto seguido me encuentro puesta en pie, abriendo la ventana para dejar entrar esos primeros soplos de aire fresco de la mañana. Está siendo todo un viaje, y como buen viaje, entrañando sus contratiempos. En el momento en el que la conciencia despierta y comenzamos a trabajar en pos de atenuar al ego este se planta en pie de guerra con la intención de no ponérnoslo nada fácil. Y así es, insiste y persiste cada día, cada mañana, en cada encuentro. No miento si digo que en mitad de la meditación a veces me encuentro con la mente en otra parte, inmersa en pensamientos sin ningún tipo de finalidad pero que cumplen muy bien con su papel distractor. Es la mente, el ego, poniendo todas sus cartas en juego. Otras veces me avasalla con pensamientos en bucle, ideas contra las que trato de luchar. Es muy listo. O al menos eso piensa. Al rato otra parte de mí, como dándome un pellizco, regañándome con el cariño con el que lo haría una madre, me recuerda que no es ahí donde estaba lo que ando buscando. Vuelvo entonces a la respiración, vuelvo a empezar. Mañana tras mañana voy percibiendo cómo mi cuerpo se muestra más relajado. Mis músculos, mis articulaciones, mi gesto, se atenúan. Me agradecen este remanso de paz, salir del huracán.
En el momento en el que decides poner la atención en lo que está sucediendo comienzas a comprender que cualquier obstáculo, por grande que fuere, es un billete de ida hacia el crecimiento personal. Nada es casual en esta vida, al menos yo así lo considero. Una inteligencia superior a nosotros (¡sí!) orquesta todo aquello que necesitamos ir sabiendo, en el momento exacto, del modo preciso. De nosotros solo espera la disposición, la voluntad. Ir hacia delante. Tomar el tren, embarcarnos en la aventura con ilusión. Los ojos atentos y corazón abierto, ya lo dije alguna vez. Solo así la vida se puede empezar a ver como lo que es: un milagro, el verdadero milagro. Cualquier otra acción es empeñarnos en rechazar el viaje.
El arcoíris desde mi ventana el pasado jueves.