Vengo a mi cafetería favorita, pido lo mío. Un café latte y este ventanal con vistas a la calle. En la puerta del local dos desconocidos charlan sobre sus mascotas, dos perros salchicha que parecen haber congeniado de maravilla. Veo pasar padres de la mano de sus hijos vestidos de uniforme a un lado y a otro de la acera. Hay gente que entra rápido en el local, pide un café (asoman los primeros ice latte de la temporada) y se marchan. Otros se quedan. No escucho, pero sí oigo las conversaciones que, lejanas, se suceden en otras mesas. Sale gente del teatro. Otros llegan y conversan en la puerta. Contemplo la escena en absoluto silencio, escribo algunas notas en mi pequeña libreta. A ratos abro el libro que esta tarde me acompaña. Subrayo. Titubeo, sobrevuelan pensamientos, quiero escribir pero no logro arrancar. Solo una palabra es cierta en esta tarde de finales de un marzo particular: incertidumbre. ¡Qué paradoja, chica!
“Siempre hay paz en la certeza”. Dejo esta frase enterrada, sellada para siempre bajo el amarillo con el que impregno últimamente mis libros (fan del papel, siempre). Me genera controversia. Pienso en la vida, en la mía, en la de quienes transitan la calle en esta tarde de primavera temprana, en la de quienes toman café a mis espaldas. No envidio la de nadie, aún sin conocerla. Hace tiempo aprendí que jamás hay que querer ponerse en los zapatos del otro, incluso aún cuando parecen más bonitos, más nuevos, más limpios que los míos. Apostaría sobre seguro que todos y cada uno de ellos están lidiando alguna batalla, quizás varias. Cada uno la suya propia, todas un nexo en común: quién sabe qué sobre mañana. Mares de incertidumbre. Vidas a merced de un después borroso. Tanto planificar para qué.
[Dejo el texto a medias. Me tiro a la calle a buscar lo que queda del sol de hoy].
[Releo lo que escribí ayer. Continúo].
Vuelvo sobre la sentencia que subrayé ayer. Acepto el devenir incierto, que la vida venga sin seguro, pero no asumo la derrota. No puede ser. Pienso en esta luz que nos ha traído la primavera, en la gente bonita que me rodea, en la magia de los ratos compartidos en torno a la mesa. Pienso en ese “¿Cómo estás?” que llega en el momento justo, como chaleco salvavidas, en quien regala un libro y lo dedica, en el desconocido que es amable porque sí, porque todos agradecemos recibir un gesto de simpatía (también entregarlo, y si no, pruébenlo), en el mar, los pies en la arena, la alegría a la hora del aperitivo, el café con mucha espuma. Brindar con amigos, decir “te quiero” a los tuyos, visitar a los abuelos, las fotografías en papel y esos momentos que quedan para siempre, el olor de mi hogar, mi casa. El calor de mi madre, la risa de mi padre, la valentía de mi hermana, la dulzura de Carlos. No sé si me levantaré mañana, qué será de mí, de nosotros, de vosotros. No sé nada y también lo sé todo. Abrazo la paz de estas pequeñas y gigantes certezas, la melodía que suena sin cesar, de fondo, mientras esta vida a ratos asusta. Por si después nada es, ahora sí.
Es la primavera atravesando las rejas. Abran paso, y el corazón.
Margarita, qué belleza cómo hilas lo cotidiano con lo trascendente. Ese «por si después nada es, ahora sí» debería enmarcarse.
Me emociona que te haya gustado tanto. Gracias, de verdad.