Es sábado 25 de enero de 2025. Desde que lo supe me pareció un número precioso. Hace meses que trabajo con esta fecha fija en el horizonte. El “día de”. Aún despierto y me cuesta creérmelo.
Es difícil desenmarañar el entramado de sentimientos de un día como hoy, pero uno de ellos se impone por encima de todos, una certeza, una paz, esa calma interior que aporta saber que el trabajo que se deja atrás está bien hecho. Me atrevo a decir bien porque todo lo que se hace con el corazón y la ilusión como precepto jamás puede estar mal. El amor siempre, por encima de todo.
“Nunca será el camino recto. Y si lo es, igual no es camino.” Recuerdo escribir eso, era el mes de agosto, el olor del salitre se colaba entre mis apuntes. Cada vez que sentía que algo iba mal salía a la terraza, miraba el mar y algo, desde no sé bien dónde, me decía “tranquila, sigue caminando y confía”. Lo tomé como una máxima: confiar, no rebelarme, no tratar de ir en contra de nada, aceptar, dejar a la vida ser, trabajar, seguir poniendo el corazón y dejar que poco a poco las piezas se fueran colocando. Me gustaba el símil que nos solía hacer Pilar. Durante estos meses he estado construyendo una casa. Cada día colocaba un ladrillo, a veces varios. Tenía simplemente que entender que una obra entraña todo tipo de acontecimientos y contratiempos. Ha sido lícito sentir el miedo, dejar aflorar las lágrimas cuando irrumpían sin previo aviso, experimentar el cansancio y preguntarme de vez en cuando en voz bajita “¿Y si sale mal?”.
No puede salir mal. No hay nada mal en los planes del destino, en los planes de Dios. La vida para mí es la suma y el resultado del trabajo, la actitud, el movimiento, y esa otra parte intangible que en algún lugar está “escrita” desde que venimos al mundo. Basta, por tanto, entre el caminar decidido, detenerse a escuchar las señales, abrir los ojos, el corazón. Todo acaba siendo lo que tiene que ser.
En esta mañana de enero contemplo esa casa que he construido. Ayer coloqué el último ladrillo. Es preciosa, tiene hasta un jardín (¡con margaritas!). Refleja todos y cada uno de estos días, uno tras otro, los alegres y los tristes, los enérgicos y los agotados, aquellos en los que me sentía llena de vida y esos otros en los que simplemente estaba abatida. Refleja el camino. La suma de todas las piezas. Me queda tras él un aprendizaje inmenso, un crecimiento que no puedo explicar. Me queda el valor que ahora sé que tiene la vida, el calor de quienes más me quieren y el amor hacia mi misma. Eso es el premio. El resto, Dios lo dirá.
Las flores con las que me recibieron las personas más importantes de mi vida a la salida del examen. Gracias, siempre gracias.
Escribes precioso y me transmites esperanza. Gracias 🥰
Gracias a ti por este mensaje tan bonito.