He devorado lo último de Milena. Las últimas páginas las recorrí de madrugada, en un desvelo de estos que fastidian pero que, en el fondo, acabo interpretando como una oportunidad de calma, silencio, lectura pausada, cobijo bajo el edredón. De las cinco a las siete de la mañana recorrí con ella la aventura del rodaje de la película de su novela También esto pasará, que se estrena el próximo viernes 9 de mayo. No soy muy de ir al cine, quizás por pereza, pero ya tengo anotada esa cita conmigo misma en la butaca. Prometo no faltar. Habrá palomitas de caramelo.
Comiendo con mis amigas, las mismas que me regalaron el libro por mi veinticinco cumpleaños, les contaba que me gusta la ligereza con la que Milena habla de ciertos temas, que, entremezclada con su escandalosa risa, hace que todo parezca mucho menos serio de lo que es. En realidad es así. Nada es tan importante. Al menos nada de aquello a lo que le damos el protagonismo. El apagón del martes fue un buen ejemplo. Pero no entraré en ese tema, también me da pereza.
Despierta mayo y queda atrás el recuerdo de un abril en el que, poco a poco, fueron brotando flores, risas, abrazos y música. Ya era hora. Hace algo más de una semana que tenemos la encimera de la cocina llena de fruta, y me parece un buen paralelismo porque es como si la vida se coloreara, como un mandala. Además, por las mañanas huele a zumo de naranja recién exprimido y he llegado a pensar que ese aroma podría incluso ser mejor que el del café, aunque en el fondo no es cierto. Nada supera el aroma del café. Me gusta que hayamos vuelto a las terrazas, a orientar los pómulos al sol y darle permiso para que nos suba un tono la piel. Me gusta el escaparate primaveral que son las floristerías, tener nuevos libros por leer, volver a la playa, la maresía, este despertar lento y amable.
No hace falta entenderlo todo para seguir caminando. De hecho, todo lo contrario contrario: avanza aunque no comprendas nada. Entrégate. Nos empeñamos demasiado en marcar los tiempos que consideramos son los apropiados. Es un error inmenso. A la vida no se le puede imponer nada. El camino se abre paso solo, lento y suave. La primavera llega cuando tiene que llegar.
«Quizá había sueños que debían cumplirse para que uno se diese cuenta de que los tenía. Y me di cuenta de que deseaba ardientemente lo que estaba ocurriendo».
No hay prisa, no hay destino alguno, solo asistir al crecimiento continuo, irrefrenable. Dejarse atravesar por lo que viene a ser. Ir descubriendo, desde la serenidad, el camino. Esa es la dulce existencia.
Plaza de las Flores. Murcia en primavera.