Siempre me gustó recibir visitas en la casa de la playa. Las horas previas son como la organización de una fiesta de cumpleaños. Reconozco soy de ese tipo de personas que disfrutan decidiendo el menú, haciendo la lista de la compra, yendo al supermercado, a la panadería, y cumpliendo con todos los quehaceres necesarios para que cuando lleguen los invitados todo sea un auténtico festín. Pero qué nos queda si no es festejar cada momento.
Me gusta ese aire con el que los visitantes entran por la puerta. Han elegido cuidadosamente su total look de playa y huelen a protector solar. Los más pequeños lucen gorra y crocs, gafas de buceo en mano. Entre recibimientos y abrazos de reencuentro busco, inconscientemente, esa bandeja de dulces que traen como obsequio y de la que disfrutaremos en postre. Todo son comentarios de elogio hacia las vistas, a la brisa que entra por cada ventana, a esta inmensa terraza en la que sucede la mayor parte de la vida de esta casa y que proyecta una panorámica fascinante. Observo ese primer momento en el que se detienen a contemplar el mar. Puedo percibir cómo su respiración se pausa un poco y hacen el intento de reflexionar por unos instantes. Vuelven en sí cuando mi padre interrumpe ofreciendo las primeras cervezas, que con esmero ha enfriado durante toda la noche hasta dar con la temperatura exacta. Estallan las primeras risas. Bajamos a la playa sin mirar la hora, porque para qué, si estamos de vacaciones. Huele de nuevo a bronceador y a baño pausado, a las conversaciones en el agua mecidas por las olas y las carcajadas de los niños. Los mayores también jugamos a divertirnos, olvidándonos por un rato de todo lo que existe más allá de este instante de vida plena.
Después damos un paseo por la orilla. El Mediterráneo luce espléndido. Es como un espejo inmenso que hoy solo refleja las bondades de la vida. Al subir a casa huele a gambas a la plancha, a pulpo, a las aceitunas del aperitivo. Descorchamos la primera botella de vino mientras de fondo se escucha hervir la paella. Es veranísimo. La comida transcurre entre anécdotas, recordando días como este, en los que fuimos y somos tremendamente felices, afortunados, con lo más sencillo.
Brindemos.
El Mediterráneo de mi corazón.
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