No soy una persona impulsiva, pero de aquella reserva que hice sin pensar a las doce de la noche de un martes de agosto en un hotelito llamado Casa Clarita me sentiré orgullosa largo tiempo. Había pasado caminando por su puerta hacía justo un año y algo en aquel momento me dijo que algún día dormiríamos allí. La intuición puede ser muy poderosa. Al cruzar el umbral de su puerta de madera maciza te inunda el convencimiento de que has dado con el lugar adecuado. Tras ella se esconde un oasis de diseño en el corazón de Valencia, donde los colores y las formas te transportan sin previo aviso a un mundo original, alegre, con piezas que aportan ese aire de los 70 y contribuyen a la atmósfera cálida y acogedora que conforma todo el conjunto. En nuestra habitación de techos altos y paredes steel blue cada objeto había sido elegido, como cada elemento de este singular y especial alojamiento, con cuidadoso detalle. Me declaro fan de esos suelos de mosaico y las maravillosas sillas de ratán.
Una vez ubicados en el nuevo mundo Casa Clarita reflexionamos sobre la experiencia que habíamos tenido un rato antes en el universo gastronómica de Raro. Me gusta la presentación de su web:
Nada es raro en los sueños. Raro es un espacio donde nada tiene sentido pero todo encaja, el brutalismo naturalizado es nuestra inspiración.
Habíamos elegido atentamente cada uno de los cinco platos que conformaron nuestro particular festín. Especial mención merece la focaccia casera con la que abrimos boca. Ese sabor a masa, fermento, a levadura. Lo que vino después fue una oda al disfrute en torno a la mesa, con una conversación a la altura y el deseo de que todo aquello transcurriera muy lento, muy pausado. Cada plato era una fiesta, pero mi particular joda fue aquella composición a base de flor de calabacín frita - ricotta y requesón - anchoa - pesto. Qué guiño tan amable a la cucina italiana.
Al caer la noche huimos de la locura del centro de la ciudad en nuestra moto de alquiler color menta rumbo a Russafa, que es siempre un acierto. Se escondía el sol muy lento en ese cielo que se dejaba intuir entre las ramas de los árboles y la sombra de los edificios. Parecía una tarde de septiembre. Me encanta septiembre.
Dimos directos con Dentro bar, que encabeza mi lista de places to be. Encontramos allí lo que buscábamos: un refugio de luces tenues y aroma a velas, con cocina abierta al fondo y muchas parejas conversando en mesitas bajas con sus copas de vino orgánico. Nos sumamos a aquella atmósfera. Conversamos de esto y de lo otro, siempre llegando a la conclusión de que el mundo anda más confundido de lo que nos gustaría, pero menos mal que tenemos esos momentos que son ancla de certeza.