Escribo en el tren de vuelta de Madrid. Es esa ciudad a la que me gusta escaparme de tanto en tanto. Hay algo que me inspira en sus rincones y que siempre me hace querer volver. A veces me planteo una nueva etapa de mi vida aquí. Especialmente ahora esa posibilidad es más real. Miedo e ilusión. No sé. Pero no es aún momento de decidirlo, no hoy. Tampoco mañana. La vida es sabia. Me dejo mecer.
Ando dándole vueltas a la carta de Terrés. Se entremezcla con el sentimiento que arrastro desde anoche, con lo vivido en las últimas horas en esta ciudad, con lo que pasó hace unos días. Aún estoy transitándolo todo. Pensar con las tripas, la pasión por bandera, la ilusión como billete de ida hacia todo. Por el camino aparecen distractores, siempre, la vida también es eso, saber dilucidar. Lo que sí, lo que no. Lo que nos hace bien, mal. Lo que nos hace soñar, reír. También lo que nos pone a pensar, muchas veces de más (yo quizás siempre), cargar un peso que a veces ni tan siquiera nos corresponde. Todo eso me vino de golpe en el taxi de vuelta al hotel. Quiero volverme más simple, empezar a pensar, esta vez de verdad, en mí, mirar muy dentro, bajar el listón, aflojar las cuerdas.
Me gusta el café que inaugura la mañana, tener los pies calientes, el pan muy tostado y el olor de un guiso. Me gustan las cenas largas, la conversación que no acaba, la sobremesa y compartir el postre. Me gusta ponerme guapa de lunes a lunes, mis rizos al natural y las faldas, de todos los colores, de todas las telas. Me gustan las librerías, pasear por la ciudad sin más motivo que buscar al sol por las esquinas, los bares de vinos y las cafeterías que invitan a no mirar el reloj. Me gusta escribir y no lo hago para nadie, solo por mí, porque me trae al presente, a lo que es, a lo que soy. Me gusta sonreír a la gente, ser amable, contar anécdotas y compartir tiempo con quien es de verdad. Me gusta madrugar, buscar el ratito de respiración, la presencia, recordarme que el regalo se me ha concedido otro día más, amaneció y estoy viva. Durante mucho tiempo he vivido a contrarreloj, intentando abarcar todo, y después de todo, más. He aprendido por la fuerza bruta lo que es la necesidad de reducir la marcha, detenerse en el camino, tomar aire, levantar la vista, recordarme lo importante. Y aunque a ratos sigue saliendo esa pequeña Margaret que todo quiere llevarlo para delante, empiezo a ser capaz de salir de la escena, volver a mí, a lo de verdad, dejar a un lado lo que no es necesario. Que ya soy todo, porque soy yo. Y eso es suficiente.
Olavide, Bar de libros. Me flipa.